lunes, 3 de diciembre de 2012

SE NECESITA PARA VIVIR BIEN


LO QUE SE NECESITA PARA VIVIR BIEN (TELLAGORRI 61)

DSC_0050Todos los ricos suelen tener las mismas cosas, con el fin de procurarse la felicidad; un palacio con mucha servidumbre, un yate con marineros, dos o tres automóviles con sus chóferes, una amiguita con su pisito, etc., etc. Todos lo mismo. Y cuando los pobres sueñan en ser ricos, sueñan en las mismas cosas: el palacio, el yate, los automóviles, etc., etc. Ninguno, ni los ricos, ni los pobres que sueñan con serlo, han caído en la cuenta de que no es posible vivir bien teniendo esas cosas.


Juan Bautista Gandiaga tiene mucho menos, y vive feliz.

Juan Bachi, mi buen amigo -si me permite que le llame así- aparte sus sesenta años, su estatura nada más que mediante, su cuerpo bastante seco, su cara afilada de color entre rojo y moreno, cruzada de hondas arrugas, su nariz prominente, sus ojillos vivos, su pelo cano y su barbita en punta, que se recorta de tarde en tarde a punta de tijera, tiene en su pueblo de la tierra vasca, no lejos del mar, una casa muy modesta, pequeña, vieja, de una sola planta, agachada, pegada al suelo, con un patio de losas desiguales y una parra que tiene los mismos años que la casa y muchos más que Juan Bachi: con una huerta en la que, además de unos cuantos perales, hay una higuera que da fresca sombra en el verano, y en su rincón un laurel, al que los atardeceres lluviosos suele ir un chindor que canta muy dulcemente, aunque con alguna tristeza. Junto a la puerta de entrada a la casa, colgando de un clavo sujeto en la pared, suele verse cuando no hace mal tiempo una pequeña jaula en la que vive, libre y feliz, como Juan Bachi en la suya, un jilguero bonito que de cuando en cuando obsequia a su dueño con unos arpegios, redobles y firulíes que son una verdadera filigrana.

Tiene una mujer que se preocupa de hacerle la vida casera un poco agradable, aunque           es, quizá, algo habladora, cosa que carece, en absoluto, de importancia.
Tiene tres o cuatro amigos viejos, inteligentes, buenos, vagos como él, desinteresados, muy escépticos, algo cínicos, que nada hablan en serio y mucho menos con énfasis.
Tiene un hermoso acordeón, y aunque sería exagerado decir que es un virtuoso  tampoco puede asegurarse que lo hace mal. Por lo demás no lo toca sino para acompañarse en su canto. No es un concertista.
Tiene un traje muy deteriorado, que lo usa para estar en casa; otro, un poco más pasable, aunque también muy traído y llevado, con el que va a la taberna o a pasear; y otro negro, en mejor uso, que se lo pone para ir a misa mayor los domingos, a comulgar el día Jueves Santo y a los entierros de los vecinos.
DSC_0043Tiene, no lejos de casa -más cerca de lo que su mujer quisiera- una taberna a la que va por las mañanas a beberse un vaso de vino blanco, y por las tardes dos vasos de vino tinto, y a veces a comerse una buena cazuela tabernaria y a charlar con sus amigos, en sobremesas interminables y felices, de cosas bastante intrascendentes.
Y, en fin, tiene un carácter bondadoso, jovial y optimista, pero al que no le falta cierta energía, como demostró cuando se negó a que en su casa instalasen teléfono, cuando echó de la puerta con cajas destempladas a un viajante muy acicalado y bastante tontuelo que quería venderle un aparato de radio, y cuando rechazó resueltamente la idea de su mujer, que quería traer a casa alumbrado eléctrico, con todo el lío de cordones, bombillas, pantallas, contadores, plomos y empleados de la compañía de electricidad, tan groseros y tan sucios. Juan Bachi sigue fiel a la vela, hincada en su reluciente candelero de bronce.
Y con eso, con su casa modesta en lugar del palacio, con sus dos piernas que no le flaquean en lugar del automóvil, con su bote jibionero en vez del yate, y con su mujer un poco ha­bladora, eso sí, en lugar de la amiguita. Juan Bachi vive feliz.
¿Y cómo vive?. Juan Bachi hace muchas cosas, a ninguna de las cuales puede llamarse trabajo. Limpia la jaula del jilguero y le pone el alpiste y el agua, poda los perales, arranca algunos puerros, pinta una contraventana, escribe una larga y graciosa carta a alguno de sus amigos al que vive en Bermeo, o al de Portugalete, o al de Plencia; va a la taberna, pesca por los alrededores del pueblo, baja a la ribera a pescar, toca el acordeón, murmura levemente de los vecinos, en cuyo entretenimiento, tan honesto como saludable, suele acompañarle muy a gusto su mujer... En fin, todas esas pequeñas cosas.

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